jueves, 31 de octubre de 2013

Madre no hay más que una

Aunque mi bebé todavía es muy pequeñita, ya he vuelto al trabajo... es una larga historia que no viene al caso, pero resumiendo, me tengo que ausentar de casa un día en semana de cinco de la tarde a nueve y media de la noche, al límite con la hora de ir a la cama de mi niña. El día que me incorporé fue incluso más largo, por eso tuvimos que buscar canguro, pero el resto de las veces es papá el que se queda con ella, le da el biberón que le dejo en el frigo, y justo cuando vuelvo de trabajar le doy el pecho y la acuesto.

Hasta ahora ni canguros ni padre han tenido problemas con ella porque además de ser una niña muy sociable, con que le dieran el bibi de la leche de su madre le valía para sentir que nada había cambiado. El problema ha llegado esta semana, con el cambio de hora... Y es que en su reloj interno las ocho de la tarde de ahora son las nueve, y papá tuvo que acostarla porque mi niña empezó a llorar del sueño... Cuando volví, su padre acababa de salir de la habitación y la niña había estado llorando casi una hora. Él lo había intentado todo, cogerla en brazos, cantarle, acunarla... Pero faltaba lo más importante, mamá.

Cuantas veces habré escuchado que es muy pequeña para que eche de menos a su madre, que con alguien que le de de comer y le mantenga el pañal limpio ella estaría contenta... Tantas veces que hasta yo misma lo he repetido y me lo creí sin dudar, posiblemente como excusa porque el primer día me costó muchísimo dejarla, y tuve que tragarme el nudo en la garganta y contener las lagrimillas de emoción al separarme de ella. 

Pero se ve que estaba equivocada. Finalmente he comprobado que mi hija me echa de menos, como yo a ella. Si no durante la tarde que está más distraída, sí a la hora de dormir. Porque mamá la lleva a la cama desde el día en que nació cuando en el hospital pasamos solas la primera noche y empezamos a conocernos mutuamente, el mágico día en que no tuvimos más remedio que empezar a tejer esos lazos que ya nos unen, y que cada día se hacen más fuertes.

Podría haber sido de otra manera, posiblemente su padre y yo podíamos haber compartido la tarea, quizá una noche cada uno, o los dos a la vez... no lo sé. Pero por circunstancias he sido yo quien juega el papel de acostarla cada noche, de acunarla un poco para calmarla si estaba llorando y dejarla todavía despierta en su cunita, de cantarle después hasta que se duerme o de ponerle la música que le indica que ha llegado la hora de viajar al país de los sueños... La hora de dormir ya es un ritual que ha marcado una rutina y para mi hija mamá forma parte de ella, será porque madre no hay más que una...

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