jueves, 5 de marzo de 2015

Prohibido caer enferma

Me lo digo a mí misma... ¡¡¡prohibido caer enferma!!! Cuando uno es padre o madre es complicado ponerse malo, hay muchas cosas que tienen que ser reajustadas, ¡digamos que hay que pensárselo! Porque nos tocará esperar a que alguien se ofrezca a echar una mano con el cuidado de los nenes o con las compras diarias, por no hablar de hacer la comida; pero si no tienes esa suerte o reúnes el valor y la gracia suficientes para pedir ayuda o a ver cómo te las apañas. Si no tocará prepararse psicológicamente para ver cómo por la casa ha pasado una ciclogénesis explosiva de esas que están tan de moda en el telediario cada invierno, y concienciarse de que lo más sano que vais a comer esos días es una pieza de fruta, porque no habrá muchas energías para hacer de cocinillas, además de armarse de paciencia porque tus hijos seguirán queriendo jugar contigo, montarán el mismo jaleo y no entenderán por qué no puedes cogerles en brazos, y menos por qué no puedes darles de mamar, si hasta ese mismo día habían estado ahí enganchados, tan a gusto.

Por aquí llevamos tres semanitas, como diría mi madre, "de coco y huevo". Eso es lo que viene siendo tres semanas algo complicadas. Empezamos cogiendo frío tanto mi hija como yo un sábado, el lunes siguiente ella empezó con fiebre pero mi cuerpo aguantó... el jueves de esa semana le recetaron antibióticos por infección de pecho y yo, con mis síntomas catarrales, ni médico ni ná, ¿para qué, cuándo existe el paracetamol que en este país se vende en los supermercados y tiendas de "todo a cien"?

Pero mientras mi hija se iba recuperando mi tos cada vez se parecía más a un tractor viejo... el lunes siguiente, tras empezar los antibióticos, mi niña ya estaba de vuelta en la guardería y yo tosía y tosía... y volvía a toser, y luego otra vez, hasta quedarme sin aliento y sin poder remediarlo, así que en pocos días además de las agujetas del esfuerzo, comencé a notar dolor en el lateral izquierdo del pecho, y esta vez ya sí que un malestar general se apoderaba de mi, y finalmente ese miércoles me digné a visitar al médico.


Tengo que decir que hasta el momento nunca había tenido una experiencia parecida, no sé si porque le huyo más a las batas blancas que Superman a la kriptonita, aunque prefiero pensar que simplemente la razón es porque los médicos que me he encontrado anteriormente eran mucho más comprensibles y mejores haciendo su trabajo. Pero tras unos minutos en la consulta en los que me sentí muy pequeñita, y como si estar sentada en la silla del paciente fuese lo peor que pudiera hacer ese día, salí de regreso a casa con la conclusión de que yo no tenía nada y que toser es algo que hace todo el mundo.

Así que seguí tosiendo unos días más, el lunes siguiente decidí acercarme a la farmacia para que me dieran algo con lo que aliviar el dolor de pecho, que seguramente fuera muscular pero que costaba soportar y la dependienta amablemente me dijo que no podía darme nada, que siguiera con paracetamol, porque las cremas me podrían empeorar la tos.

Un poco desesperada llegué a casa buscando algo en los cajones con lo que aliviar la molestia y para mi sorpresa encontré las pastillas con las que aquí pretenden que des a luz, que sinceramente no sé para qué las dan si con 500mg de paracetamol y 10mg de codeína los dolores de parto no se quitan... pero ese es otro tema. Total, que me empecé a automedicar aliviando un poco los síntomas (sí, doctores del universo, entono el "mea culpa") pero la tos seguía siendo fuerte y otras lesiones aparecieron. Mis alumnos, preocupados, me recomendaban que me sentara durante las clases, y al final del día del miércoles pasado el dolor en el costado derecho era casi insoportable. Sí, he dicho costado derecho. El dolor de pecho ya había menguado pero le había reemplazado un dolor fuerte en el costado.

El jueves di clases particulares a mi alumna Emily, es doctora y se ofreció a reconocerme y confirmó nuestras sospechas: pleuritis o pleuresía, como queráis llamar a la inflamación de la pleura. A la mañana siguiente no podía contener el llanto del dolor y mi marido salió antes del trabajo para llevarme a un servicio de urgencias. La historia en la que muchas madres se podrían sentir identificadas es en los tres minutos de autocompasión y sentimiento de miseria al estar solas al frente de la casa y de un bebé con pocas fuerzas para ni tan siquiera salir de la cama (en aquel momento ni para cambiar de postura) y encima dar gracias a que ese día no tienes la responsabilidad añadida de salir a trabajar fuera de casa. Pero pasados esos tres minutos hay que echarle dos ovarios, secarse las lágrimas y salir de la cama. Tomarse las pastillas correspondientes y rezar para que hagan efecto rápido. Remangarse para cambiar el pañal y preparar el desayuno de la criatura que depende de ti, vestirla y adecentarte tú también porque le vas a echar valor y, en un acto de responsabilidad contigo misma, vas a volver al médico.

Al final me subieron las dosis de todo, hubo mejoría el sábado y fiebrón de 40 el domingo, así que vuelta a urgencias y por fin se deciden a mandarme antibióticos, esta vez avisando de que si en dos días no mejoro es posible que me tenga que quedar en el hospital, extremistas, o todo o nada, blanco o negro. ¿Alguna vez os ha pasado? Porque a mi lo primero que se me ocurrió fue ¿¿¿Y quién se va a quedar con mi niña??? Menos mal que aquí no se aclaran mucho y, aunque a los dos días hubo que volver porque realmente no vimos mejoría, tampoco tuve que quedarme porque había cambiado el criterio, pero si me dijeron que deberían hacerme unas pruebas y que podría llevarles toda la noche, pero que sabían que tenía un bebé y si yo lo decidía me darían cita para realizar las pruebas que descartasen una neumonía por la mañana.

Una sola mirada con mi marido decidió la situación y le dije a la enfermera que como madre debía entender que tenía que volver a casa a acostar a mi hija, a darle un beso de buenas noches, que también ese día ella estaba malita... seguramente con los dientes, pero necesitaba de su mami y su papi para ir a dormir, que llevaba toda la tarde con unos amigos mientras en el hospital se ponían de acuerdo para encontrar mi historial. Ahí la situación me abrumó y no pude contener el llanto. Por fin las pruebas que estábamos esperando y las dejo escapar, pero mi niña me necesita. No pasa nada, me las harán mañana; pensé.

Ayer volví con mi marido que había pedido un par de días de vacaciones para poder atendernos a la niña y a mi, pero el criterio de nuevo cambió. Ya no me podían hacer las pruebas pero me cambiaban el tratamiento para que ayudase también con la neumonía si es que estaba ahí, pero todo sin confirmar. La recomendación es que las pruebas las prescribiera el médico de cabecera. Yo no se si a estas alturas de la historia ya habéis perdido el hilo, porque yo sí, y eso que la estoy viviendo en primera persona, pero ya estoy mareada.

Hoy volvemos a ver al médico a ver qué nos dice, pero vamos mi niña y yo solas. Me levantaré con tiempo para hacer tranquilamente todas las tareas matutinas y no perder el bus acompañada de mi bichito. Y volveremos a casa tranquilamente, también en transporte público, pero sin prisas porque me canso.

Pensando en lo que me cuesta estos días hacer tareas cotidianas tan sencillas, me acuerdo de esas otras personas que tienen dolencias más graves y que no son pasajeras. Aquellas que tienen que aprender a vivir su día a día con una enfermedad que no les avisa de cómo se levantarán esa mañana, ni de cómo van a terminar el día. Esas personas que también son madres o padres y que cada vez que amanece se tienen que poner su capa de Superhéroe para dar lo mejor de sí mismos por sus hijos. Olé por ellos y por cómo se enfrentan a la vida. Y sobre todo por la enseñanza que, seguramente sin saberlo, le están inculcando a sus hijos: la superación, la fortaleza, la lucha, el vivir, el reír, el disfrutar de las pequeñas cosas y hasta el llorar cuando hace falta, para que sane el alma.

Aunque yo en parte entiendo de dónde sacan las ganas de enfundarse la capa, y es que esos pitufos, mocosos, llorones y contestones nos cambian la vida; y con solo una mirada, una sonrisa, o un beso hacen que saquemos fuerzas de donde en otro tiempo, no muy lejano, no las hubiéramos encontrado.






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