Hoy escribo para el equipo de enfermería que me atendió anoche, y para el equipo que me ha atendido hoy. También para mi familia, los que son enfermeros y los que han aprendido a base de palos, que sin ellos y su insistencia no hubiera vuelto al hospital a comprobar si mi evolución estaba siendo favorable. A todos ellos quiero decirles que deberían estar orgullosos porque hacen un trabajo mágico, y tienen en sus manos un don. Su tarea es incluso mayor que la que pueden hacer muchos médicos que a veces, por la presión o porque se les sube demasiado la bata y el fonendo a la cabeza, no atienden al paciente como personas y les tratan como si fueran números.
Hoy quiero pedirle a todos los enfermeros que sigan atendiendo a sus pacientes lo mejor que sepan, porque aunque obviamente muchas veces en sus manos no está nuestra cura, sí está nuestra sonrisa y nuestro ánimo. Y si eso se lo ganan, ya tendrán la mitad del camino recorrido. Les ruego que continúen haciendo su trabajo tal como les dicta su corazón y sus conocimientos, y no de la manera en la que lo hacen los gerentes, ya que para ellos -tal como se demuestra día a día- los pacientes solo somos ganancias o pérdidas. Sin embargo, con sus actos y buenas prácticas, los profesionales de la enfermería hacen honor a su historia y actúan de lámpara iluminando la senda oscura de la enfermedad del paciente.
Hoy por fin he comprobado que alguien ha puesto los cinco sentidos en mi dolencia y ese alguien ha sido una enfermera: me he sentido escuchada, sin interrupciones y sin prisas, y los oídos fueron de ella. También sentí que observaban mi evolución, que comprobaban constantemente los síntomas que padecía, y los ojos también eran de ella. Asimismo me tocaron para comprobar mi pulso y palpar mis venas, y las manos también eran de ella. Olieron mis miedos e intentaron calmarlos con palabras de aliento, y la nariz también era de ella. Y saborearon mi agradecimiento cuando todo había pasado, y el gusto también era de ella.
Hoy quiero pedirle a todos los enfermeros que sigan atendiendo a sus pacientes lo mejor que sepan, porque aunque obviamente muchas veces en sus manos no está nuestra cura, sí está nuestra sonrisa y nuestro ánimo. Y si eso se lo ganan, ya tendrán la mitad del camino recorrido. Les ruego que continúen haciendo su trabajo tal como les dicta su corazón y sus conocimientos, y no de la manera en la que lo hacen los gerentes, ya que para ellos -tal como se demuestra día a día- los pacientes solo somos ganancias o pérdidas. Sin embargo, con sus actos y buenas prácticas, los profesionales de la enfermería hacen honor a su historia y actúan de lámpara iluminando la senda oscura de la enfermedad del paciente.
Hoy por fin he comprobado que alguien ha puesto los cinco sentidos en mi dolencia y ese alguien ha sido una enfermera: me he sentido escuchada, sin interrupciones y sin prisas, y los oídos fueron de ella. También sentí que observaban mi evolución, que comprobaban constantemente los síntomas que padecía, y los ojos también eran de ella. Asimismo me tocaron para comprobar mi pulso y palpar mis venas, y las manos también eran de ella. Olieron mis miedos e intentaron calmarlos con palabras de aliento, y la nariz también era de ella. Y saborearon mi agradecimiento cuando todo había pasado, y el gusto también era de ella.
Mega excelente lo tomare como un regalo en mi especialidad como docente y Especialista en Gerontología Dios Bendiga al que escribió tan honrosas palabra.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario Ana :) Dios te bendiga a ti también
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